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Santiago Ramón y Cajal
Reglas y Consejos sobre Investigación Científica

Capítulo II
Preocupaciones ener­va­do­ras del prin­ci­piante

Anotaciónes

(1) Hoy creo menos en el poder de la selección natural que al escribir, treinta años hace, estas líneas. Cuanto más estudio la organización del ojo de vertebrados e invertebrados, menos comprendo las causas de su maravillosa y exquisitamente adaptada organización.

(2) En reciente libro, Ostwald corrobora esta reflexión, haciendo notar que casi todos los grandes descubrimientos fueron obra de la juventud. Newton, Davy, Faraday, Hertz, Mayer son buenos ejemplos.

(3) La brillante serie de descubrimientos eléctricos que siguieron al encuentro de la pila de Volta, a principios del pasado siglo; la pléyade de trabajos histológicos provocados por el descubrimiento de Schwann acerca de la multiplicación celular, y la repercusión profunda que el no muy alejado hallazgo de los rayos Röntgen ha producido en toda la física (encuentro de la radioactividad, descubrimiento del radio, del polonio, del fenómeno de la emanación, etc.), son buenos ejemplos de esa virtud creadora, y en cierto modo automática, que posee todo gran descubrimiento, el cual parece crecer y multiplicarse como la semilla arrojada al azar sobre terreno fértil.

(4) La opinión vulgar aquí combatida ha sido repudiada elocuentemente por casi todos los sabios. No resisto, sin embargo, a la tentación de copiar una comparación presentada bajo diversas y brillantes formas por nuestro incomparable vulgarizador científico D. José Echegaray, cuya desaparición ha dejado a la ciencia española huérfana de un gran talento:

«La ciencia pura es como la soberbia nube de oro y grana que se dilata en Occidente, entre destellos de luz y matices maravillosos: no es ilusión, es el resplandor, la hermosura de la verdad. Pero esa nube se eleva, el viento la arrastra sobre los campos, y ya toma tintas más obscuras y más severas; es que va a la faena y cambia sus trajes de fiesta, digámoslo así, por la blusa del trabajo. Y entonces se condensa en lluvia, y riega las tierras, y se afana en el terruño, y prepara la futura cosecha, y al fin da a los hombres el pan nuestro de cada día. Lo que empezó por hermosura para el alma y para la inteligencia, concluye por ser alimento para la pobre vida corporal.» — Academia de Ciencias, sesión solemne del 12 de marzo de 1916.

(5) Esto se escribía en 1896. Actualmente, la fábrica de instrumentos ópticos de Jena cuenta al frente de sus secciones nada menos que 33 investigadores matemáticos, ópticos, mecánicos y químicos, todos de primera fuerza. Legiones de químicos trabajan también en las grandes fábricas de productos químicos alemanas, demostrando que el único medio de que la industria evite la rutina y el estancamiento es convertir el laboratorio en antesala de la fábrica.

(6) «Es el sentido común trabajando a alta tensión», según la frase gráfica de nuestro Echegaray.

(7) Es singular la coincidencia de esta doctrina con la clasificación en clásicos y románticos (talentos de reacciones lentas y talentos de reacciones rápidas), dada por Ostwald en su reciente e interesante libro sobre Los grandes hombres [Wilhelm Ostwald. Erfinder und Entdecker. Literarische Anstalt Rütten & Loening, Frankfurt. 1908]. end-black


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AvH

Santiago Ramón y Cajal:
Reglas y Con­se­jos sobre In­vesti­ga­cion Cien­ti­fica.

6ª edición. Madrid 1923.


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